lunes, 11 de noviembre de 2013

Una casa/lo siniestro



Cuando vi por primera vez Rabbits   (2002), dirigido por David Lynch, no pude dejar de pensar en la idea extraordinaria que orienta cada uno de los 9 capítulos que integran esta miniserie: lo siniestro. A mi juicio, más allá de los enlatados que aparecen en las escenas familiares a modo de sketches, o las situaciones absurdas que describe, es la imagen de lo extraño cuando se instala en una casa lo que permite comprender el entramado del relato. Cuando en un hogar existe un elemento oscuro, ajeno a la cotidianidad de los miembros familiares, y el ambiente se torna enrarecido y discordante, entonces decimos que hay una situación anómala, tensa. 

Lo anterior me ayuda a pensar el contenido narrado en Rabbits. Lo siniestro no tiene que ver con la presencia, real o fantasiosa, de fenómenos paranormales. En efecto, lo siniestro responde a una condición psíquica que se alimenta de registros obtenidos en el exterior pero al ser procesados por nuestra mente pasan a ser sujetos de sospecha, incluso temor. 


Lo que estoy diciendo es una interpretación muy grosera de Lo Siniestro (1919) de Sigmund Freud, de todas formas no intento desarrollar un estudio objetivo, conforme a las reglas del método psicoanalítico. Es preciso aclarar que busco apropiarme deliberadamente de dicho concepto freudiano para articularlo con lo que he identificado en la pequeña producción de Lynch. 

Una familia compuesta por tres conejos humanoides es el elenco que trabaja en el filme, todos los capítulos están grabados en un set con una cámara fija que usa luz artificial. Aunado a la descripción anterior el sonido está acompañado de una música compuesta por Angelo Badalamenti. Cada uno de los tres miembros familiares posee un rol dentro del hogar, Jack (Scott Coffey) es el padre trabajador, Jane (Laura Harring, y luego sustituida por Rebekah del Rio) es la madre ama de casa y Suzie (Naomi Watts) es una adolescente. Los diálogos son inconexos y esquizofrénicos, seguido de risas pregrabadas como si fuese un programa cómico hecho en vivo. Un aspecto importante de la musicalización es la tensión que genera en el espectador las notas, también acompañadas de varios ruidos, la lluvia y, a veces, una voz demoníaca. 

La historia narra la aparente tranquilidad de un hogar de clase media cuyas acciones transcurren con el tedio que acompaña la cotidianidad que ahí se vive. Sin embargo, lo que realmente estructura las relaciones es una presencia macabra que convierte los diálogos en oraciones absurdas, interrogantes que no son contestadas y afirmaciones de tipo existencial. El espectador espera que algo realmente ocurra y proporcione un giro significativo en la narración, por lo menos esa era mi expectativa. Aun así, uno tiene la sensación de estar presenciando el declive de la familia tradicional norteamericana en la medida que transcurre el tiempo; un tiempo sin sentido, vacío. Lo siniestro opera constantemente a lo largo de la filmación, mientras la familia de conejos humanoides es incapaz de determinar aquello que en realidad hace de sus vidas una experiencia disfuncional. 

Aquellos que seguimos la filmografía de David Lynch notamos que este a veces nos sorprende con cortos, videos musicales y largometrajes que invitan a formar parte de un universo caótico y escalofriante muy particular. Lo importante de su cine es la capacidad de generar tensión en el espectador sin que nada realmente esté ocurriendo. En este sentido, Lynch es una suerte de prestidigitador del miedo. Juega con el temor, lo representa, lo escudriña, lo indaga, lo vuelve seductor, sin necesidad de hacer de su contenido un espectáculo de horror. Ciertamente, la estética de este director no apunta hacia un registro efectista, de hecho muchos de sus artilugios están elaborados de una manera un tanto precaria, sino la de producir una experiencia sensitiva única. No lo sé, ningún director me logra interpelar tanto como David Lynch, quizás porque escoge aquello con lo que la cultura estadounidense quiere seducirnos: un estilo de vida moderno, organizado, cálido y predecible, sin interrupciones o giros intempestivos. Precisamente, es en esa cotidianidad, en esa felicidad o placidez cosificada y esteriotipada, en donde se encuentra el verdadero horror, lo siniestro que circunscribe la vida de la clase media.