Cuando
vi por primera vez Rabbits (2002), dirigido por David Lynch, no pude
dejar de pensar en la idea extraordinaria que orienta cada uno de los 9
capítulos que integran esta miniserie: lo siniestro. A mi juicio, más allá de
los enlatados que aparecen en las escenas familiares a modo de sketches, o las situaciones absurdas que
describe, es la imagen de lo extraño cuando se instala en una casa lo que permite
comprender el entramado del relato. Cuando en un hogar existe un elemento oscuro, ajeno a la cotidianidad de los miembros familiares, y el ambiente se
torna enrarecido y discordante, entonces decimos que hay una situación anómala, tensa.
Lo
anterior me ayuda a pensar el contenido narrado en Rabbits. Lo siniestro no tiene que ver con la presencia, real o
fantasiosa, de fenómenos paranormales. En efecto, lo siniestro responde a una
condición psíquica que se alimenta de registros obtenidos en el exterior pero
al ser procesados por nuestra mente pasan a ser sujetos de sospecha, incluso
temor.
Lo
que estoy diciendo es una interpretación muy grosera de Lo Siniestro (1919) de Sigmund Freud, de todas formas no intento
desarrollar un estudio objetivo, conforme a las reglas del método psicoanalítico.
Es preciso aclarar que busco apropiarme deliberadamente de dicho concepto
freudiano para articularlo con lo que he identificado en la pequeña producción
de Lynch.
Una
familia compuesta por tres conejos humanoides es el elenco que trabaja en el
filme, todos los capítulos están grabados en un set con una cámara fija que usa
luz artificial. Aunado a la descripción anterior el sonido está acompañado de
una música compuesta por Angelo Badalamenti. Cada uno de los tres miembros
familiares posee un rol dentro del hogar, Jack (Scott Coffey) es el padre
trabajador, Jane (Laura Harring, y luego sustituida por Rebekah del Rio) es la
madre ama de casa y Suzie (Naomi Watts) es una adolescente. Los diálogos son
inconexos y esquizofrénicos, seguido de risas pregrabadas como si fuese un
programa cómico hecho en vivo. Un aspecto importante de la musicalización es
la tensión que genera en el espectador las notas, también acompañadas de varios
ruidos, la lluvia y, a veces, una voz demoníaca.
La
historia narra la aparente tranquilidad de un hogar de clase media cuyas
acciones transcurren con el tedio que acompaña la cotidianidad que ahí se vive.
Sin embargo, lo que realmente estructura las relaciones es una presencia macabra
que convierte los diálogos en oraciones absurdas, interrogantes que no son
contestadas y afirmaciones de tipo existencial. El espectador espera que algo
realmente ocurra y proporcione un giro significativo en la narración, por lo
menos esa era mi expectativa. Aun así, uno tiene la sensación de estar
presenciando el declive de la familia tradicional norteamericana en la medida
que transcurre el tiempo; un tiempo sin sentido, vacío. Lo siniestro opera
constantemente a lo largo de la filmación, mientras la familia de conejos
humanoides es incapaz de determinar aquello que en realidad hace de sus vidas
una experiencia disfuncional.