Cuando vi el
filme Libertador (Arvelo, 2014) no
pude dejar de percibir la dualidad que vivo a diario con el cine y la historia.
Al igual que Straka soy formado como historiador y logré identificar lo que él
señala en la crítica de Prodavinci, de hecho la persona que me acompañó a ver
el tan esperado filme tuvo que aguantar todos y cada uno de mis comentarios en
la medida que iba transcurriendo la trama. Sin embargo, difiero en algo
fundamental de lo que escribe mi respetado y admirado Straka: el cine es cine y
el discurso histórico es el discurso histórico. Como cinéfilo que soy trato de
distinguir cuándo me están contando una historia que procura cuidar detalles
para aproximarse a lo ocurrido o, en su defecto, cuándo se aleja de la
veracidad (que no es igual a la verdad) e inventa una serie de imprecisiones en
torno a una época o personaje. Esto último es lo que sucede con la mentada
película de Arvelo.
Entiendo el celo
profesional de Straka, sin embargo el rigor histórico no es lo que caracteriza
precisamente a la cinematografía, a riesgo de convertirse en un bloque muy
pesado de referentes y pies de páginas. Cambiaré el tono, empiezo por tutear al
autor de la semblanza de Prodavinci, Tomás. A ver, Tomás, ya nos conocemos y
hemos compartido en varias oportunidades, hasta te invité a una de las clases
de historia en la UCV, ¿recuerdas? Así como disfruté de tu artículo y lo
celebro, ahora deseo responderte.
Los protocolos
del cine están supeditados y restringidos a un formato de presentación muy
rígido, en él operan innumerables aspectos, el mayor de ellos es el económico.
En este sentido, el tiempo es importante para un filme; dos horas es lo
estipulado para un largometraje y el director debe hacer esfuerzos descomunales
en el proceso de edición para que su trabajo no quede interrumpido de forma
abrupta y permita una armonía, un cuadro en movimiento que se aproxime a lo que
ideó en un principio. Arvelo es un director de grandes dimensiones, su trabajo
en el cine venezolano constituye un referente importante desde las aulas de
clase en la Universidad de Los Andes, no es un historiador. El discurso
histórico forma parte de una labor distinta a la de producir cine, aunque ambos
se complementan. No obstante, la meticulosidad de la investigación histórica
requiere de una metodología que no sólo fomente la escritura sobre los hechos a
la luz del soporte documental sino también debe ser capaz de articular la
dureza del dato a la sutileza de un lenguaje flexible y no por ello en
detrimento de la disciplina.
Tomás, suscribo
tus críticas en torno al tratamiento de algunos hechos tratados en el filme de
Arvelo pero percibo mucha arrogancia en la manera como sentencias algunas
cosas. Algo que he detallado en este proceso de polarización por el cual
estamos atravesando es el registro del lenguaje cuando se habla desde la
academia, o desde la intelectualidad. Lo que más resiento en todo tu artículo
es la subestimación que haces del espectador venezolano. En efecto, no te culpo
porque quizás estés suscrito a la teoría de McLuhan (cito de memoria: “El
medio es el mensaje”), pero no puedo pasar por alto la importancia que tiene la
sensibilidad del público cuando se trata de cualquier medio informativo porque
corremos el riesgo de seguir usando parámetros excluyentes que nos separan como
sociedad y nación. Pienso que al criticar el filme de Arvelo y ponerlo en
diálogo con el de Luis Alberto Lamata, Bolívar,
el hombre de las dificultades (2013), más que hacer un balance que dé
cuenta de la “verdad histórica” inscrita o no en ambos, circunscribes esa
polarización que tanta mella ha hecho en nuestro proceso democrático. Tomás, el
público (tú y yo incluidos) no es tonto, y no podemos desprendernos de la piel
contemporánea porque eso sí sería una negación del tiempo.
Como profesores
y académicos sabemos la importancia del conocimiento y sus implicaciones en el
espectro social, sobre todo para la ampliación de los valores democráticos que
tanto requieren de nuestro fortalecimiento. De vez en cuando vale la pena
sentarse a disfrutar de una historia que por lo menos intenta reconstruir el
tejido del país, con el objetivo de explorar el beneficioso placer de formar
parte de una comunidad. Vamos a darle una oportunidad a la ficción, el público
sabrá agradecerlo y estoy seguro que no va a salir de la sala de cine echando
el cuento de un Bolívar guerrillero. Es más, ¿recuerdas el texto de Miguel
Acosta Saignes que coloca a Bolívar a tono con las teorías marxistas del
momento? La misma historiografía da muestras claras de una producción
supeditada al fervor del momento, así que la “verdad histórica” seguirá en el
plano de la dialéctica hegeliana, menudo favor que se le hace a la humanidad si
no sería imposible el cambio. Como apunta Gerhard Masur: “…El historiador elige
los acontecimientos que le parecen más importantes y los ordena hasta formar un
cuadro completo. Su criterio no es y no debe ser puramente científico; debe ser
también sugestivo y artístico. De otro modo, queda sumergido en los hechos y
es, cuando mucho, un cronista.” (XXVIII: 1987). Precisamente, lo que hay que
rescatar del filme de Arvelo es el intento y trabajo en equipo llevado a cabo
para contarnos una historia que emociona, aunque conozca las imprecisiones. Al
emocionarnos con una película sobre Bolivar, Tomás, estamos correspondiendo a
un imperativo que es más importante que ser de oposición o chavista: ser
ciudadano, formar parte de una nación que ayudaron a crear otros hombres. Estar
conscientes del pasado ya es un triunfo que se le suma al espectador, aunque no
haya leído las biografías más rigurosas y confiables de la acción histórica de
Bolívar.
*Artículo completo de Tomás Straka: http://prodavinci.com/2014/07/28/artes/bolivar-dos-peliculas-una-epopeya-por-tomas-straka/