sábado, 21 de diciembre de 2019

...Como un cuerpo que se amputa para recordar

"Vivir como si todo lo que a uno le rodea fuera provisional y quizá trivial es caer presa del cinismo petulante así como del desamor más quejumbroso." 
Edward Said

Hace un tiempo conversé con un amigo en torno a la imagen del descuartizamiento, como una alegoría de la condición de los pueblos que han tenido que migrar a lo largo de la historia más reciente de la humanidad. Pensaba en el pueblo hebreo, ejemplo histórico de éxodo y movilización forzada, pero también en los cubanos, colombianos, argentinos, chilenos, centroamericanos y, más reciente, venezolanos. Mas, ¿qué cosa define al sujeto que pertenece a un pueblo y se ve en la necesidad de migrar, debido a las condiciones materiales precarias y también a la espantosa realidad de un régimen que manifiesta de forma impúdica su aparato represor ante la mirada pasiva e indolente del mundo entero? Reflexiono en torno a esta imagen y no puedo dejar de pensar en las semejanzas que tiene con la historia reciente de Venezuela, ese norte suramericano tan contradictorio y desconcertante al mismo tiempo. 

Han pasado cinco años desde que decidí salir de mi país y no he vuelto como sí lo han hecho muchos de mis amigos y conocidos. Hay decisiones que nos mantienen limitados, como camisas de fuerza, barreras mentales autoimpuestas que terminan por encasillar nuestra propia condición de sujeto, entendiendo a este último como ese "ser para la muerte", como afirma aquella premisa heideggeriana. Durante todo este tiempo mi mente ha divagado y oscilado en medio de un torbellino de emociones y experiencias, algunas de ellas desagradables y otras enriquecedoras. Como un aventurero Gulliver me apasioné por comprender mi objeto de estudio, vivenciarlo y sentirlo en toda su enorme alteridad. No sólo me he sentido extranjero a ratos, sino las más de las veces hasta con una amarga sensación de extrañamiento de mis propios valores y juicios apriorísticos. Tener que estar alerta ante la comunicación y sus posibles errores y malas interpretaciones constituye una tarea agotadora, por demás exhausta; batallas cotidianas de las que no termino nunca de liberarme. Cuando hablo de comunicación no sólo me refiero a la articulación de palabras para transmitir un mensaje, sino a las innumerables interpretaciones a las que este puede llegar por parte del receptor. 

Nadie sabe lo solo que un hombre puede estar hasta que no ha experimentado la frustración de fracasar, una y otra vez, en el intento por relacionarse con el entorno. La alteridad no sólo debería ser estudiada y explicada a través de recursos didácticos, al mejor estilo de la corrección política, para garantizar una convivencia que sólo parece estar reconocida en los tratados de derechos humanos, también tendría que haber cabida para explicar el fracaso al que siempre conlleva la práctica cotidiana con lo distinto. En mi caso, no sólo tendría que confirmar esa sensación de derrota constante en mis infértiles intentos por experimentar una socialización efectiva, también reconocer la transformación de la palabra enunciada en un retorno vacío, a veces conflictivo del canal comunicativo. Lo cierto es que lo cultural no sólo es una bondad que expresa el ser a través de la elaboración de la identidad y lo afectivo que la estructura en todos sus escenarios, sino que esta es también un óbice para experimentar otras dimensiones del relacionamiento social y humano. 

Entonces, mi lengua devino silencio y el silencio, a su vez, realizó una metamorfosis de aislamiento y soledad. Nadie me dijo que querer encajar podría llegar a ser tan doloroso, eso lo tuve que aprender a los golpes, a través del ensayo y el error. Desde el trato cruel de los parvularios hasta los espacios en donde se supone que uno debe aprender a comportarse para lograr la aceptación generalizada, como en el trabajo, por ejemplo, transcurren vivencias que van dejando una huella en la memoria, una memoria transida de mensajes emitidos sin respuestas, o alterados por los choques de egos que van sumando centímetros, metros y kilómetros de distancia, aislamientos forzosos que suprimen no sólo la comunicación sino la carga afectiva necesaria para la decodificación; decodificación que, se supone, luego debería decantar en un firme apretón de manos, un cálido beso en la mejilla y, la mejor parte, un abrazo que acorta la distancia aconsejable entre dos cuerpos. 

Pero, volvamos a la imagen del descuartizamiento. Luego de terminar la conversación con mi amigo me puse a elaborar una serie de pensamientos sobre la ruptura, ese quiebre no muy bien calculado, al que el migrante se ve sometido en su proceso de adaptación al nuevo ambiente en el que se encuentra. Decido cambiar la imagen porque me parece cruel, casi una reacción titánica que destruye con su furia todo lo que tenga la más mínima apariencia de integración. La sustituyo por otra: la palabra "mutilación", su equivalente. La mutilación se articula con lo que reflexiono, porque esta sugiere la posibilidad de una memoria del miembro amputado. Una mano que ha sido cercenada del cuerpo al que perteneció, con el cual logró su función de mano. O unas piernas que condujeron a un cuerpo por tantos y tantos trayectos. 

El cuerpo posee una memoria. Esta memoria está impregnada de olores, de sabores y de texturas al tacto que no se olvidan. Mis pies calzados en unos zapatos de ciclismo con trabas, pedaleando por Caracas, sus calles y avenidas, sus montañas aledañas y senderos de tierra recorridos, eso también es memoria. Mis pisadas acostumbradas a una calzada, a un bulevar adoquinado, a unas escaleras que conducían a un túnel para tomar el tren subterráneo, al tropiezo con la raíz del árbol que se resiste a ser fagocitado por el invasivo y uniformador concreto, eso también es memoria. Los miembros de mi cuerpo me enseñaron a hacer de mi geografía, humana y natural, un espacio de identidad. Hoy que me encuentro a cientos de kilómetros de distancia de aquellos espacios, extiendo mentalmente mi mano y mis piernas para volver a sentir la felicidad ignota de lo que implica estar integrado, formar parte de. Sí, estas amputaciones son artilugios de mi memoria para sentir que no sólo puedo ser de allá sino de aquí y de cualquier parte en donde me encuentre.