Estatua destronada de Cristóbal Colón. Ciudad de Mérida, Estado Mérida, Venezuela. |
“...Y yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro...” Cristóbal Colón, Diario de a bordo, 13 de octubre de 1492.
“...Nosotros somos un
pequeño género humano; poseemos un mundo aparte; cercado por
dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias aunque en
cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil...” Simón
Bolívar, “Carta de Jamaica”, 6 de septiembre de 1815.
"...No viviremos ya
más de rodillas." CCRI-CG, EZLN, 12 de octubre de 1994.
Se me
encargó la tarea de reflexionar sobre el 12 de octubre de 1492. Ese
fue el primer impedimento, lo demás ya lo sabemos: pensar sobre una
piedra picuda durante días para terminar escribiendo unos apuntes a
última hora, como ya es tradición venezolana. Aun así, mi
disertación tiene como objetivo pensar precisamente sobre eso: la
tradición. Son muchas cosas que como pueblo o unidad se nos achaca
en torno a este tema. En efecto, las tradiciones son un conjunto de
consensos que asumimos como referentes en nuestro día a día.
Constituyen un marco de orientación disciplinar que actúan como
patrimonio intangible de la sociedad. Sin embargo no podemos pensar
el conjunto de valores de una cultura como si estos fuesen
compartimentos estancos, inviolables, sagrados y monolíticos. El
movimiento es lo que supera los escollos del presente, y a ese
movimiento, a esas aceleraciones o impulsos, hay que estar atentos
porque funcionan como pulsiones de muerte que, en última instancia,
anuncian buenas nuevas. Pues, ni más ni menos, en eso consiste
pensar sobre la llegada de los europeos al continente americano
aquella madrugada del 12 de octubre, hace quinientos veinte años.
Como
suelo imaginar la historia en función de las preguntas, inquietudes,
aciertos y desaciertos que abundan en mi mente conforme analizo el
contexto latinoamericano, entonces uso la idea del hito histórico y
su fusión con el mito. Es decir, los hitos históricos se van
conformando en el imaginario colectivo en función de un relato.
Mientras más lejano está un hito histórico es más propenso a
convertirse en mito, y viceversa. Me disculpan los antropólogos
presentes por los errores infligidos a su disciplina y, por supuesto,
por no ahondar con mayor detenimiento sobre el particular; no lo hago
por menoscabo. Cualquier abuso o exabrupto cometido contra la
profesión pido que se absuelva en nombre de esa tradición a la cual
estoy apelando. Hay que recordar que la ductilidad también forma
parte de la conservación y transformación que requieren los
pueblos.
Pero,
a todas estas, ¿por qué les cuento lo del hito y el mito? ¡Ah, ya
recuerdo! Decía que los hitos corren el riesgo de borrarse en los
mitos y, también, al contrario porque en realidad el cuerpo social
gusta de la nubosidad, de la amnesia selectiva, de la edición del
pasado para configurar tramas que se adapten a las necesidades y
preguntas del presente continuo. A nadie se le ocurriría hacer hoy
en día el papel de un Funes el memorioso, ese personaje borgeano que
me impela a la compasión. La historia nunca podrá abarcar la
totalidad de los acontecimientos. El pasado constituye un pesado
fardo incapaz de ser montado sobre la espalda de un solo hombre. A
menos que sea el rey de España, don Juan Carlos de Borbón. En
efecto, este al celebrar los 500 años del descubrimiento de América,
el 12 de octubre de 1992, en el Salón de los Reales Alcázares de
Sevilla, convidó a los presentes en el acto protocolar a “edificar
de verdad una comunidad iberoamericana que, mediante una paulatina
integración de nuestros intereses comunes, dé solidez y potencia a
nuestra área geopolítica" (El País, 12/10/1992, edición
digital). Diría que el Rey hace bien al compartir las
responsabilidades de construir dicha integración, así le queda más
tiempo libre para cazar elefantes en África. A fin de cuentas un
hombre solo no puede cargar con todo el peso de la historia. Ya lo
dije, ¿o es que lo olvidaron?
No
puede haber integración mientras los efectos de una conquista y
poblamiento sirvieron (¿aún?) de caldo de cultivo para la
aplicación de mecanismos de desigualdad y exclusión que impidieron
la coexistencia de la alteridad. Ahora no me vengan con el cuento ese
del “encuentro” o del “contacto”. Para encuentros los que uno
tiene en el Metro o en cualquier parte de la calle con algún
conocido o amigo. Y lo del contacto se me hace una suerte de X
Files versión J.J. Benítez. Lo
que acá ocurrió fue producto de la expansión de la recién fundada
España en su afán por encontrar vías marítimas paralelas a la de
los portugueses. Así podían comerciar directamente con los
proveedores de especias, sin intermediarios otomanos que
eran muy avaros y no gustaban de dar crédito, ¡Alá
es grande y Mahoma es su profeta! Claro,
es que la opción del comercio sin intermediarios para adquirir
ganancia es un derecho de los
pueblos, por cierto el mismo
que reclaman los indios tzotziles
y tzeltales
en Chiapas para poder vender su café e invertirlo en el bienestar de
las
comunidades autogestionadas,
mejor conocidas como “Caracoles”.
Entonces, ese azar de
tropezar con un continente desconocido para los europeos no fue otra
cosa que la oportunidad ideal para extender sus redes de
comercialización. Territorio, población y recursos naturales fue
una tríada perfecta para quemar las naves y fundar pueblos y villas,
haga de cuenta la Santísima Trinidad del Kino Táchira y se queda
pequeña ante la magnitud del tesoro. Hablar del 12 de octubre en
calidad de encuentro no forma parte de una reflexión mesurada de ese
hito, como diría José Ignacio Cabrujas:
Aquí, cinco siglos atrás, en lugar de “encuentro”, una palabra que alberga acuerdo y entendimiento entre personas que se respetan, hubo topetazo, hubo zambombazo y sopapo, zurra o disciplinazo y si se desea un nombre bonito, para llenarnos la boca en Madrid cuando nos fajemos a hablar de la herencia y la síntesis y la monserga, deberíamos bautizar estas ceremonias con el nombre de “el coñazo de cultura y cuarto”, mucho más legítimo y sobre todo, mucho más exacto a la hora de describir los sucesos de Rodrigo de Triana y sus herederos, a bordo de la carabela, cuando abrió los ojos en la madrugada y vio cocoteros. (2009: 79)
Ese
“coñazo de cultura y cuarto” es el inicio de lo que podríamos
denominar como Historia de América.
La intención no es satanizar
uno de los bandos implicados en el acontecimiento, tampoco la de
conformar una visión idílica de los habitantes autóctonos. Eso
sería llover sobre mojado o, simplemente, continuar una polémica
estéril entre las leyendas negra y dorada. A propósito de la
leyenda negra, no puedo dejar pasar por alto la concepción pueril
que tienen muchos
sobre las culturas indígenas de América; escuela
fundada por fray Bartolomé
de Las Casas, recuperada por Jean Jacques Rousseau en la visión del
“buen salvaje” (imagino
a mucha gente en pelotas) y,
posteriormente, recuperada por los independentistas en sus libelos
incendiarios contra la monarquía española. Pensar que los indios de
ahora son los mismos que los de antes es asumir una minusvalía de
estas comunidades en su lucha por la reivindicación y ampliación de
los derechos democráticos. Además, ese pensamiento es anulado por
la serie de procesos y manifestaciones que hemos observado en América
Latina en las últimas décadas. Con
respecto a esto último, menciona el subcomandante Marcos en una
entrevista que le
hiciera Manuel Vázquez
Montalbán, en torno al significado de la rebelión en Chiapas:
El primero de enero de 1994, cuando la gente supo de nosotros, o se suma o se alza contra, pero se produjo una tercera reacción, la de los millones de mexicanos que aprovecharon esa rotura del encantamiento para percibir que querían otra cosa. Para el Estado fue una novedad descubrir que había tanta oposición y que estaba dispuesta a plantear el cambio. Y nosotros descubrimos que el mundo no es tan sencillo, que no hay amigos y enemigos sino que hay otros grupos que están planteando cosas que hay que escuchar. En todo caso el mérito que tuvimos fue que supimos detenernos a escuchar. Pudimos no haberlo hecho y otra hubiera sido la historia. (1999: 170-171)
Hago
énfasis en el uso que hace Marcos del verbo descubrir.
En efecto, el 12 de octubre de 1492 es una fecha que no puede quedar
detenida en ese año si no forma parte de una dinámica constante que
siempre está sorprendiendo. Esa fecha no constituye una efeméride
de fácil despacho o nulo interés. Y acá vuelvo al asunto de los
hitos y los mitos. Les conté del primero pero faltó el otro.
Considero al mito como una entidad viva capaz de conservar los
rudimentos básicos para la construcción de un relato. ¿Cuál? Pues
es el que usted quiera. ¿O es que vino acá a oír verdades?
La verdad es una construcción a largo plazo, requiere tiempo.
Precisamente lo que no tuve para escribir esta conferencia. Sin
embargo, quisiera recordar lo dicho por la profesora María Elena
González en la disquisición sobre el concepto de historia de
América y el 12 de octubre, dice: “...Cada quien ve en él lo que
quiere ver. Pero quizá dentro de tanta quimera pueda filtrarse algo
de verdadera reflexión histórica que permita renovar nuestra visión
del pasado...” (1993: 56). Es mi deseo pensar la historia de la
manera más compasiva, amplia y tolerante posible, lo cual no quiere
decir que sea un pendejo sino que tengo el derecho, y lo ejerzo, a
hacer del conocimiento del pasado de mi continente una labor de vida,
una ética, un habitus; no
sea que octubre se convierta,
como decía Monsiváis, un
mes después de los sucesos en la Plaza de Tlatelolco, el 2 de
octubre de 1968, “...en el
mes más cruel que mezcla
memoria y rencor y enciende la parábola del miedo en un puñado de
polvo...” (2010:
305). Lo
contrario sería entrar en polémicas bizantinas o histerias
absurdas.
Y
hablando de
la histeria y la historia, tenemos aseveraciones, por demás
hiperbólicas, de la concepción de minusvalía que prevalece en
cierto falso ideario sobre la identidad americana, como
la descrita por Octavio Armand en el ensayo titulado “América
como mundus minimus”,
cito:
Seremos siempre un cadáver transformista: europeos venidos a menos. A mucho menos. Nos revolcaremos siempre, pobres indigenistas, marxistas, capitalistas de segunda, en la jaula de definiciones que otros han inventado. Esos otros gozan viéndonos trepados en lo real maravilloso, como monitos pintados por el aduanero Rousseau; en taparrabos, o enfrascados en interminables guerras, guerritas y guerrillas que solo demuestran nuestra indefensión. Saben que siempre podrán reírse en nuestras barbas. Le tenemos alergia a la realidad. Quizá porque las pocas veces que hemos intentado rozarla hemos comprobado que no existe. América no existe. Fuimos inventados, fuimos improvisados. Nuestra historia ha de ser ficción y nuestra voluntad improvisación. Una novela de García Márquez es más útil para conocer nuestra soledad que todas las academias de la historia. Pero ni siquiera en esto somos verdaderamente originales. Para retratar el Nuevo Mundo esos otros que nosotros somos a medias lo vieron con una mirada arqueológica. Arruinaron la novedad de América para que se pareciera, siquiera paradójicamente, al Viejo Mundo, a sus propias raíces, a sus ruinas. Cortés fue algo así como un paradójico Schliemann para nosotros. Destruir a Tenochtitlán fue un poco como excavar a Troya. Sólo la destrucción permitiría que la capital de los aztecas se convirtiera en la capital de la Nueva España. (2005: 39-40)
...Un
minuto de silencio por la memoria de este
pensamiento difunto.
Gracias
por su paciencia y atención.
Bibliografía
Acosta,
Héctor (coord.) (1993). Una mirada humanística. Caracas: Fondo
Editorial de Humanidades, Universidad Central de Venezuela.
Armand,
Octavio (2005). El aliento del dragón.
Caracas: Ediciones de la Casa de la poesía J.A.
Pérez Bonalde.
Bolívar,
Simón (1997). Escritos fundamentales.
Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana.
Cabrujas,
José Ignacio (2009). El mundo según Cabrujas.
Caracas: Editorial Alfa.
Colón,
Cristóbal (1991). Diario de a bordo.
Madrid: Historia 16.
EZLN
(1995). Documentos y comunicados, 2.
México: Ediciones Era.
Monsiváis,
Carlos (2010). Días de Guardar.
México: Ediciones Era.
Vázquez
Montalbán, Manuel (1999). Marcos: El señor de los
espejos. Madrid: Editorial
Santillana.
Nota: Este discurso fue pronunciado en la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela el 23 de octubre de 2012, junto a los antropólogos Rodrigo Navarrete y Ronny Velásquez. Soy responsable de toda lucidez que allí esté escrita, las locuras son de otro.