martes, 18 de septiembre de 2012

Medellín de palimpsesto


Cementerio San Pedro

Me fui a Medellín tras los pasos de Fernando Vallejo, mi verdadero padre. Aunque él piense que la reproducción es un flagelo, lo cual es cierto, aun así fui engendrado en su pensamiento, palabra, obra y omisión, es decir, soy una suerte de pecado involuntario. Lo mismo podría decir de Nietzsche, Said y Monsiváis. Todos ellos hombres especiales en mi formación intelectual, todos muertos. Salvo uno que anda vivo y mentándole la madre al prójimo, ese es Vallejo. Alguna vez me invitaron a conocerlo pero desistí de ese encuentro, dos diablos no se pueden encontrar en un mismo espacio, somos machos alfas y terminaríamos a dentelladas, o a lo mejor no. En todo caso no me interesa el autor sino la obra, porque esta última fue la que me arrastró, como las aguas del río Cauca con toda su mierda y sus gallinazos, hasta la ciudad de Medellín. 

Durante mucho tiempo, quizás dos décadas, Medellín fue la ciudad más peligrosa del mundo, la sucursal del crimen, el narcotráfico, campo de acción de Pablo Escobar, de los paramilitares, de Uribe Vélez, de una fauna variopinta que conformó una manera de vivir el terror y la violencia urbana. Hoy en día forma parte de un crecimiento económico considerable, con signos visibles de mejoras en los servicios públicos y de políticas gubernamentales orientadas hacia la incorporación de los habitantes pertenecientes a los sectores más deprimidos, los de las comunas. Quise testificar esos cambios con mi presencia y no salí defraudado. 

María Auxiliadora, Iglesia de Sabaneta.
La noche que llegué al hotel sintonicé la televisión, algo inusual en mí pero me dejé llevar por la curiosidad, y para mayor sorpresa me encontré ante la novela Pablo Escobar, el patrón del mal. Esa producción forma parte de otra serie de narconovelas que marcan la pauta en materia televisiva colombiana, bien sea para consumo interno o externo. En todo caso la vida de los narcos parece ser el nuevo centro de atención de los latinoamericanos. Lo cual no me genera sorpresa alguna, puesto que este continente siempre ha sido un campo fértil para el crimen y para la conformación de estos antihéroes, con toda su carga compleja y de difícil asimilación. Y pensar que a Vallejo lo consideran apologista de la violencia colombiana; menuda farsa en un continente donde el crimen es un espectáculo de consumo masivo. Bastaría prestar atención a las letras de cualquier reggaetón para darse cuenta de las innovaciones musicales que relatan el crimen, mientras unas mujercitas neumáticas se mueven al ritmo primitivo de ven-a-mí-papito-que-te-cojo.


Edificio Coltejer, emblema de modernidad antioqueña.
Cuento todo esto sobre Medellín porque lo que vi me lleva a pensar en una suerte de exornación de los espacios donde actuó el Cartel de Pablo, el Patrón. No será fácil explicar esto, requiere de otras entregas sucesivas, pero no puedo pasar por alto lo que se presenta como un elemento sintomático de lo que llamaría “Medellín de palimpsesto”…Ya seguiré reflexionando sobre el particular.

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