"Si el individuo ya no se confronta con el otro, se enfrenta consigo mismo. Se vuelve su propio anticuerpo mediante una inversión ofensiva del proceso inmunitario, un desarreglo de su propio código, una destrucción de sus propias defensas. Ahora bien, toda nuestra sociedad tiende a neutralizar la alteridad, a destruir al otro como referencia natural -en la efusión aséptica de la comunicación, en la efusión interactiva, en la ilusión del intercambio y el contacto. A fuerza de comunicación, esta sociedad se vuelve alérgica a sí misma. A fuerza de transparencia de su ser genético, biológico y cibernético, el cuerpo llega a volverse alérgico a su sombra. Todo el espectro de la alteridad negada resucita como proceso autodestructor. Eso también es la transparencia del mal."
Jean Baudrillard, La transparencia del mal, pp. 131-132
Estuve reflexionando sobre la legitimidad, a raíz de una conversación reciente. Esto me llevó a plantear varias preguntas al respecto: ¿en dónde reside la legitimidad? ¿quién está autorizado para portarla? ¿cómo se construyen las bases sociales de un poder legítimo? Me fui por esa batería de preguntas. Mientras rumiaba en mi cabeza toda esta información, reparé en el hecho de que la política, antes que ser una herramienta teórica y conceptual acerca de la capacidad de organización social que posee nuestra especie, también reconoce que el poder ejerce influencia sobre nuestra existencia. Quiero decir, la política ejerce una enorme fuerza de atracción no sólo en torno a la manera como opera en la selección de los actores sociales y su relación con las múltiples bases que configuran y delinean un funcionamiento, su puesta en práctica y fortalecimiento; también afecta nuestra subjetividad.
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