La
primera vez que conocí el miedo fue en Caracas. Mis padres acostumbraban a
pasear algunos fines de semana por el bulevar de Sabana Grande (recuerdo que me
encantaban sus adoquines, por eso cada vez que voy a recorrerlo no puedo dejar
de mirar al suelo) con todos sus hijos, el inconveniente de siempre era mi
desobediencia involuntaria. Desde niño padezco de una particular dispersión al
momento de caminar y por eso me perdía. Bueno, en realidad mi madre se escondía
desde algún lugar donde pudiera visualizarme hasta generar la desesperación del
extraviado; escena de llanto, moco e hipo incluidos. Ese miedo, ese terror
infligido por la dureza de la educación de mis progenitores, no me corrigió.
Por el contrario, afianzó aún más la actitud despalomada con la cual habría de
transcurrir mi infancia, además de causarme una cicatriz en la rodilla por
patinar en la ducha con el suelo enjabonado, otra en la oreja por el asa de un
tobo, una herida en los labios por tropezar en una escalera de metal, la
pérdida de un diente de hueso por un peine que me arrojó mi hermana (la quiero
tanto que hasta eso se lo perdono), una quemadura en el empeine por tumbar una
taza de tilo que estaba en el suelo, un raspón en la cara, casi invisible,
ocasionado por un gancho de colgar ropa, otra cicatriz en el mentón (esta vez
ocasionada por un empujón de una prima, a esa sí que no la perdoné nunca) y
paro de contar porque el lector pensará que hago una descripción del cuerpo de
un recluso (o interno, depende de cuál sea su posición ante la problemática
carcelaria).
Pero,
a todas estas, ¿en qué iba? Decías que la primera vez que sentiste miedo en Caracas
fue… ¡Ah, sí! Me parece específico contar esa experiencia porque la capital
para mí responde a una dispersión, a una vida que aprendí a cultivar en mi
interior y ha hecho, entre otras cosas, que obvie el riesgo, al asaltante de la
camionetica, al motorizado hijueputa, al pedigüeño iterativo, al caos urbano
que agobia tanto al habitante de esta insólita, por desconcierto y gratificación,
Santiago de León de Caracas. Si bien es cierto que existen problemáticas
desidiosas y una suerte de vejamen constante hacia el ciudadano, aun así no
dejo de posar la mirada sobre las experiencias placenteras que obtengo por
vivir acá. No puedo despreciar a una ciudad que me arroja un mango mientras
realizo ciclismo a la altura de Chacaíto (hecho verídico y que no intenta
emular la ridícula escena de la manzana sobre la cabeza de Isaac Newton; no
“descubrí” la Ley de la Gravitación Universal, simplemente me lo comí), de
salas de cine de proyección alternativa, museos y galerías de arte, diversidad
gastronómica, alcantarillas verticales (diseño único de la Alcaldía de Baruta,
especial para atrapar a ciclistas incautos), el cerro El Ávila y la Cota Mil de
los domingos, parques metropolitanos hermosos, rascacielos únicos en América
Latina, seguridad vial y atención oportuna al turista, en especial si hablan
inglés trinitario, etc. ¿No me creen? No están en la obligación tampoco, no han
firmado un pacto ficcional conmigo. Es decir, para mí eso es una ciudad: una
mezcla de fantasía con realidad, de ilusión con despecho, de gozo con amargura,
de satisfacción con desespero. Entre binomios vivimos y observamos a Caracas,
mientras aprendemos a incorporar, por las buenas o las malas, la otredad. En
efecto, es al otro al que quiero comprender aunque a veces se me vaya la
paciencia en ello.
El
reconocimiento de la alteridad es lo que requiere Caracas. Una ciudad que
responde a la coyuntura histórica por la que atraviesa el país está urgida de
un discurso y gestos simbólicos que busquen subsanar la polarización que
carcome y azuza, día a día, los ánimos. Intento recuperar el aliento cada vez
que una persona genera un comentario despectivo sobre Caracas y sus habitantes,
no puedo menos que despreciar a aquel que no hace nada por intervenir en la
ciudad con el objetivo de modificarla, de hacerla más próxima y humana.
Ciertamente, no volveré a vivir aquella ciudad de mi infancia (quizás el
cocodrilo inmortal del Parque del Este sí lo haga), tampoco la que cuenta mi
abuelo, el caraqueño antediluviano que más sabe de sus calles y avenidas. Sin embargo,
me queda la esperanza, la solidaridad de los que me rodean y la curiosidad de
mis alumnos. En fin, me queda la satisfacción de ver que este blog ha sido
posible gracias al desempeño de una generación de jóvenes que no desean irse
muy lejos, sino quedarse el tiempo necesario, el tiempo que cada uno de ellos
perciba de esta Caracas (inter)subjetiva: www.hablamedecaracas.blogspot.com
Nota: Texto escrito para la introducción del blog de alumnos de la materia de Lengua y Literatura III, correspondiente al Ciclo Básico de la Universidad Simón Bolívar.
wow Caracas no es "mi" ciudad pero sí la viví un poquito y creo que soy la única maracucha que preifere mirar el ávila que el lago(no, eso es mentira, yo no cambiaría mi lago por nada del mundo jeje). A lo que venía, parece que de lejos se le agúa el guarapo a uno mucho más rápido. Tremenda inicitiva y tremendo escrito. Saludos
ResponderEliminarHola
ResponderEliminarGracias por tus palabras. La idea es servir de alternativa a los discursos pesimistas e inflexibles con nuestra ciudad capital. Para mí Caracas es más que un lugar que habito; simplemente me ha formado, incluso más de lo que podría admitir. Espero que tengas historias muy buenas del Zulia querido, uno de tres estados del territorio nacional que aún no he visitado. Recibe un abrazo desde este lado, bien cerca de El Ávila.
En risa y gozo disfrute del tema ya que todos hemos sido un nino terco al que le pasaron cosas quedando ahora como recuerdos de los cuales nos reimos y nos hacen las grandes personas que somos mi caracas bonitas relato muy parecido a lo que se vive en esta selva de cemento entre risas y amarguras lamentado quizas haberse topado con alguien estresado al que alguien tropezo y estaria discutiendo o solo criticado y hablando disparates pero aun asi disfruto mucho de esta caracas bella y de todas sus cosas buenas y de grandes personas que en ella habitan...felicitaciones
ResponderEliminarGracias por tomarte la molestia de leer estas notas, querida Nélida. Toda opinión es libremente aceptada en este espacio de disertación personal, pero no por ello menos colectiva. Aprecio tu retroalimentación y celebro que seas una caraqueña que disfruta, al igual que yo, su ciudad. Hoy más que nunca debemos promover la calle como espacio ciudadano por antonomasia. Recibe un cordial abrazo y la bienvenida a seguir este blog.
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