miércoles, 10 de enero de 2018

Ólafur Arnalds y una promesa por cumplir

Conocí la música de Ólafur Arnalds a través de un amigo bailarín. Desde el primer momento que la oí supe que me quedaría con ella, sería mi acompañante íntimo en distintos escenarios (entrenamiento, trabajo, meditación, lectura silenciosa, conciliación del sueño, viajes, etc.). Asimismo, las composiciones minimalistas de Arnalds serían fuente de inspiración para plantearme una meta que aún estoy definiendo: conocer Islandia. 

En otra entrada ya había contado el porqué del nombre de mi blog, aquel encuentro con el poeta venezolano Eugenio Montejo en una librería de Caracas sellaría por completo mi voluntad hacia esta isla fantástica, dorsal oceánica que tiene un mensaje para mí. Sólo hay una condición para llevar a cabo ese viaje soñado: obtener mi grado doctoral. Es un desafío que me he puesto y, al mismo tiempo, una especie de recompensa por haber trajinado tan duro en este proceso de formación profesional. 

Mientras tanto, las melodías de Arnalds me acompañan e inspiran. Muchas veces me he visto tentado a reflexionar de forma analítica algunas de sus composiciones; por ejemplo: la relación que tienen con estados de ánimo; la innovación de la música académica al seguir el legado vanguardista de los músicos minimalistas (Cage, Glass, Nyman, entre otros) que reflejan la necesidad de sosiego y concentración en medio del disturbio cotidiano al que estuvo sometido el mundo en el siglo XX, incluyendo este que recién inicia su décima octava trayectoria; representación de la neurosis contemporánea y sus ciclos anímicos, etc. El mundanal ruido es lo que estorba, la conducta abismal y el ritmo vertiginoso, la esquizofrenia y contradicción de la postmodernidad, el cinismo de los espacios de acción vitales de la humanidad: economía y política, la carrera de obstáculos que nos imponen a medida que intentamos avanzar y procurar paz y estabilidad, son algunos de las cuitas que dejo a un lado cuando oigo a Arnalds. 

Un viaje tan deseado ha de tener una espera prudente. Es la misma sensación que se tiene cuando se está a punto de terminar un libro muy bueno: por una parte quieres saber el final, pero por otra no deseas que culmine porque ha sido un gran amigo, un consuelo en medio del desierto de lo real cotidiano. Ahora que estoy en los últimos capítulos de la historia que inspiró este blog puedo ver con claridad la necesidad de cerrar y de ir preparando el camino para nuevos derroteros, algunas entradas dejarán registro y testimonio de los últimos kilómetros de este viaje cuyo destino final será Islandia.



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