viernes, 13 de enero de 2012

Una vaca en el Páramo*



Mi abuelo tenía una vaca que se alimentaba de morocotas. Siempre me dio curiosidad cómo aquel animal no moría atragantado de oro, pero sus tres estómagos alcanzaban para guardar lo suficiente.
A las cuatro de la mañana el abuelo se levantaba para recolectar los lingotes que defecaba el cuadrúpedo, luego los guardaba en una caja fuerte de los años veinte, cortesía de su compadre El Benemérito. La combinación solo la sabía él, por lo tanto era difícil cuantificar la cantidad de oro acumulado que tenía.
Las morocotas las obtenía en Cúcuta producto del intercambio de la cosecha de patatas. Sí señor, el abuelo era de esos hombres duros del campo andino, acostumbrado desde niño a las rudezas de la naturaleza y a vivir con lo mínimo indispensable. Su vaca era lo único que lo mantenía ocupado y la familia guardaba el secreto por temor a que los habitantes del páramo un día se hicieran con el botín.
Una tarde la vaca fue hallada muerta a la orilla del río Chama y los zamuros se encargaron de sus restos. El abuelo entró a la casa, cargó su escopeta, y desde aquel entonces se dedicó a matar zamuros en una tierra donde ya no había vacas. 

 *Basado en un cuento corto de Ednodio Quintero, forma parte de un ejercicio elaborado durante un taller literario.

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