miércoles, 11 de enero de 2012

Exhortación a los padres

Cuando era niño mi padre me obligaba a acompañarlo al taller. Se especializaba en reparar la carrocería de los carros, eso que en Venezuela llamamos “latoneros”. Recuerdo que odiaba el ambiente de su trabajo, el lenguaje soez de sus empleados y la presencia vulgar de aquellos personajes que motivaban mi repulsión. Nunca entendí por qué él siempre insistía en que lo acompañara a trabajar en aquellas tardes interminables. Lo mejor era la merienda. Esperaba con ansiedad que llegara el momento para tomar algún refrigerio, normalmente consistía en un pan de leche (marca La Pajarita) y un refresco de malta. Luego, a continuar con el tedio. ¿Podría decir que aprendí el significado del trabajo? ¿Adquirí la dimensión del esfuerzo humano por ganar un sustento de forma digna? ¿Comprendí los secretos artesanales de la carrocería y sus múltiples modos de reparar los golpes producidos por un choque, o simplemente el óxido que promueve el uso y desgaste de los metales? ¿Aún me sé los nombres de cada una de las herramientas que debía pasarle a mi padre cada vez que lo exigía? No. No hice otra cosa que sumar motivos para detestar la privación del pensamiento y la reflexión que tiene un hombre cuando, mandarria en mano, golpea un guardafango con el objetivo de remendar lo que por error no volverá a ser lo que fue.

1 comentario:

  1. q bueno amigo que tu padre te haya enseñado a su manera tantas cosas, muchos hijos ni padres no tuvieron esa oportunidad de aprendizaje. El mío me llevó una vez a Hospital de Niños para que yo viera el sufrimiento de los niños quemados, ya que yo decía estar sufriendo porque no me compraron una patineta, hoy en día se lo sigo agradeciendo.

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