sábado, 26 de mayo de 2012

¿Cómo fue?


Pocas veces en la vida tenemos la oportunidad de estar ante una experiencia religiosa, sobre todo para una mente libre de aspavientos y supersticiones. Nunca había imaginado formar parte de una sensación sublime hasta que vi en persona a Omara Portuondo. Mientras en Caracas mi familia y amigos se preparaban para brindar por el nacimiento de un niño que no ha parado de nacer una y otra vez, una y otra vez, como si fuese algo realmente original, yo me encontraba en plena calle Galeano de Centro Habana buscando entradas para ingresar al teatro América. El tiempo transcurría en aquella calle oscura y la impaciencia se iba apoderando de mí, aunque una vez que empiezas a entrar en calor con los habaneros te das cuenta que las colas no significan pérdida de tiempo, por el contrario, representan la oportunidad para socializar y ponerse al día con la información nacional, e incluso personal. Un portero anuncia que los boletos han sido agotados y no habrá acceso al teatro porque está copado, decido retirarme con mi amigo rumiando la derrota. De repente aparece de la nada, como una invocación, un funcionario de protocolo del teatro y nos pregunta si queremos entrar al espectáculo. La desconfianza se apodera de este servidor, caraqueño malgeniado y a la espera de cualquier tramoya de los “servidores públicos”, y antes de responder con una negativa mi amigo se anticipa y le dice que sí. Por supuesto, debo admitir que es una gran ventaja viajar con gente curtida en esos asuntos del estímulo y el estipendio, también agradezco tener amigos que no sucumben al fracaso tan fácilmente, antes amagan con ímpetu y optimismo. En fin, una vez estimulado el funcionario, pudimos obtener asientos en primera fila para el evento. Pero, ¿a todas estas quién se iba a presentar? El hijo de Juan Almeida, un tal JG. Pensé que el hombre podría ser famoso en el patio trasero de la casa de su abuela pero, para mayor desconcierto, el público estaba enloquecido con el artista. Hijo de un general de la revolución, JG es un personaje que recuerda a los cantantes puertorriqueños de reaggeton o reguetón, usted decida con cual se queda, de todas formas la RAE no se ha pronunciado aún. Entonces, hagamos el esfuerzo por imaginar a un sujeto que parece cantante de reaggeton o reguetón, no fijo posición al respecto ni tampoco repito explicación, pero que canta salsa y no es puertorriqueño sino cubano. Añado la presencia de varios artistas isleños, profunda admiración y apoyo que los cubanos sienten por su música. Hasta ahí todo iba bien, me encontraba en un edificio de viejo cuño y de tradición caribeña, referencia de la cultura latinoamericana, oyendo a artistas desconocidos hasta que de pronto, y sin avisar….
Aparece ella. Omara Portuondo desciende por el palco central entonando a capela una canción. Identifico su suave y sensual voz, la he oído un montón de veces desde mi dispositivo musical y no podría pasar desapercibida. Ella sigue bajando, rumbo al escenario, vestida de blanco, majestuosa. Omara se apoya de mi brazo para continuar su trayecto. Ese toque fue suficiente para sentir el hechizo de una isla que aún no logro sacar de mi cabeza. Una isla que recuerdo con una mezcla de nostalgia y felicidad. La dicha que sentí en las dos semanas que estuve en suelo cubano es equivalente a los minutos de inspiración que transcurren mientras redacto estas letras, con un fondo musical de la gran Omara Portuondo. ¿Cómo fue? Pues no sé decirte cómo fue, pero de Cuba me enamoré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario