Pocas
veces en la vida tenemos la oportunidad de estar ante una experiencia religiosa,
sobre todo para una mente libre de aspavientos y supersticiones. Nunca había
imaginado formar parte de una sensación sublime hasta que vi en persona a Omara
Portuondo. Mientras en Caracas mi familia y amigos se preparaban para brindar
por el nacimiento de un niño que no ha parado de nacer una y otra vez, una y
otra vez, como si fuese algo realmente original, yo me encontraba en plena
calle Galeano de Centro Habana buscando entradas para ingresar al teatro América.
El tiempo transcurría en aquella calle oscura y la impaciencia se iba
apoderando de mí, aunque una vez que empiezas a entrar en calor con los
habaneros te das cuenta que las colas no significan pérdida de tiempo, por el
contrario, representan la oportunidad para socializar y ponerse al día con la
información nacional, e incluso personal. Un portero anuncia que los boletos
han sido agotados y no habrá acceso al teatro porque está copado, decido
retirarme con mi amigo rumiando la derrota. De repente aparece de la nada, como
una invocación, un funcionario de protocolo del teatro y nos pregunta si
queremos entrar al espectáculo. La desconfianza se apodera de este servidor,
caraqueño malgeniado y a la espera de cualquier tramoya de los “servidores
públicos”, y antes de responder con una negativa mi amigo se anticipa y le dice
que sí. Por supuesto, debo admitir que es una gran ventaja viajar con gente
curtida en esos asuntos del estímulo y el estipendio, también agradezco tener
amigos que no sucumben al fracaso tan fácilmente, antes amagan con ímpetu y
optimismo. En fin, una vez estimulado el funcionario, pudimos obtener asientos
en primera fila para el evento. Pero, ¿a todas estas quién se iba a presentar? El
hijo de Juan Almeida, un tal JG. Pensé que el hombre podría ser famoso en el
patio trasero de la casa de su abuela pero, para mayor desconcierto, el público
estaba enloquecido con el artista. Hijo de un general de la revolución, JG es
un personaje que recuerda a los cantantes puertorriqueños de reaggeton o
reguetón, usted decida con cual se queda, de todas formas la RAE no se ha
pronunciado aún. Entonces, hagamos el esfuerzo por imaginar a un sujeto que
parece cantante de reaggeton o reguetón, no fijo posición al respecto ni tampoco
repito explicación, pero que canta salsa y no es puertorriqueño sino cubano. Añado
la presencia de varios artistas isleños, profunda admiración y apoyo que los
cubanos sienten por su música. Hasta ahí todo iba bien, me encontraba en un
edificio de viejo cuño y de tradición caribeña, referencia de la cultura
latinoamericana, oyendo a artistas desconocidos hasta que de pronto, y sin
avisar….
Aparece
ella. Omara Portuondo desciende por el palco central entonando a capela una
canción. Identifico su suave y sensual voz, la he oído un montón de veces desde
mi dispositivo musical y no podría pasar desapercibida. Ella sigue bajando,
rumbo al escenario, vestida de blanco, majestuosa. Omara se apoya de mi brazo
para continuar su trayecto. Ese toque fue suficiente para sentir el hechizo de
una isla que aún no logro sacar de mi cabeza. Una isla que recuerdo con una
mezcla de nostalgia y felicidad. La dicha que sentí en las dos semanas que
estuve en suelo cubano es equivalente a los minutos de inspiración que
transcurren mientras redacto estas letras, con un fondo musical de la gran
Omara Portuondo. ¿Cómo fue? Pues no sé decirte cómo fue, pero de Cuba me
enamoré.
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