Hace
poco pude ver el extraordinario filme Into
the Wild (2007), dirigido por Sean Penn. Se trata de una historia basada en
hechos reales, la vida de un joven llamado Christopher McCandless, interpretado
por el actor estadounidense Emile Hirsch. Procedente de un hogar disfuncional de
clase media alta el protagonista se ve cuestionado por los valores de la
sociedad donde vive, por ello decide abandonar su entorno y adentrarse en la
búsqueda de un mundo alterno, uno donde no exista el contacto con la humanidad;
la naturaleza. Podríamos asociar su actitud con rasgos de misantropía pero las
reacciones de Christopher no responden a un desprecio por su especie sino a una
sensación de agobio y desagrado por la vida que le ha tocado en suerte, una
vida donde no existe la posibilidad de ser libre porque las aspiraciones se ven
limitadas a una serie de demandas involuntarias (familia, profesión, trabajo,
etc.). La ausencia de voluntad e intervención en un mundo cada vez más
impersonal, tecnológico, consumista y automatizado arrastran al protagonista a
una aventura que tiene como objetivo habitar en las profundidades de
Alaska, lugar donde haya la muerte.
Identifico otro filme que podría
dialogar con el anterior, se trata de 127
Hours (2010), dirigido por Danny Boyle. La trama está inspirada en la
traumática experiencia de Aron Ralston, interpretado por el actor James Franco,
un aficionado a explorar los cañones del estado de Utah que sufre un accidente
con una roca que aplasta su brazo derecho sin poder solicitar ayuda. El protagonista
sólo cuenta con algunas provisiones, una videocámara y una navaja multiusos. En
medio de la agonía Aron empieza a lamentar las decisiones que tomó en su vida y
terminaron por alejarlo de la familia y entorno más cercano. La mezcla de
recuerdos y delirios producidos por el estado de inanición y dolor lo instan a
amputarse el brazo como medida extrema de supervivencia. Aron logra salvarse al
topar con una familia que le brinda la asistencia y pone en contacto
con personal de rescate. La escena final es realmente reveladora: un fondo musical
anuncia a un sujeto que logra salir victorioso después de haber librado una
batalla por la vida, para luego terminar casado y con hijos.
Ambos filmes conforman una ruda
crítica al sistema social estadounidense, eso es lo que podríamos observar en
una primera impresión. Sin embargo, es curioso el tratamiento que dan a la
relación entre el hombre y la naturaleza. La relación/oposición entre la
humanidad y la naturaleza es un viejo tema que ha llenado páginas enteras de la
filosofía, entre otras ramas del pensamiento que no vienen al caso en esta
breve disertación. Me sorprende la visión de una naturaleza amenazante y cruel
con el hombre que identifico en los casos referidos. Una acción suicida en el
primer caso, un escarmiento en el segundo. Intuyo cierta perversión en la
representación de la muerte del joven McCandless y un goce en el padecimiento
de Ralston. En mi mente imagino las escenas de un Christopher que decide morir
Vs. un Aron que se aferra a la vida, con todas las consecuencias que esa
decisión puede acarrear. Imagino, también, a un Christopher desedipizado y a un
Aron reedipizado. En todo caso, me parece que ambas historias responden a una fantasía de los
directores, no a lo que yo he decidido ver.
Defiendo el derecho a la entrada y
salida del Leviathan, a la licencia
que autoriza el libre tránsito por el centro y la periferia. Ni más ni menos,
inserto mi propio deseo en cada una de las películas con las que me identifico.
Digo mi deseo porque se me antoja
estar ahí dentro, no asumir la pasividad del espectador. Es a mí al que quiero
ver en esas historias. Descarto los efectos aleccionadores que se proyectan en
el cine, el arte posee suficiente autonomía como para fundar el caos, el tuyo y
el mio, sin que se pueda controlar el sentido. Sugiero una aproximación al cine
desde el capricho de la subjetividad, desde la mirada atomizada, no capturada
ni domesticada. Dejemos que sea nuestro propio deseo el que se inscriba en cada
una de las producciones culturales que consumimos y adquirimos. Lo esquizo no
debería ser propiedad exclusiva del capitalismo. En fin, reivindico un arte
donde sea el protagonista y estimule la capacidad infinita de la imaginación,
un arte que interpele a cada instante la ficción que hay detrás de la realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario