viernes, 27 de enero de 2012

Una tarde en Turgua*

         Una conversación sobre sexo entre dos hombres es algo normal, pero con tres ya la cosa se convierte en un simposio de especialistas. Nos reunimos en un punto de la capital y de ahí partimos a dictar una conferencia. La carretera es larga y con muchos baches. Sin duda la vía a Turgua es un trayecto para estar acompañado.       
Alberto es el fotógrafo del evento, posee el aspecto de un artista traumado, pienso que las adicciones le han dado un aura de hombre interesante y de locura creativa. Antonio es el conductor y el que va a dictar la charla, es un conversador nato, de esos que siempre tiene una lección al finalizar una anécdota. Yo me cohíbo un poco, la noche anterior no había podido conciliar el sueño.  
-¡Gira a la derecha!- Le digo a Antonio, es muy despistado en eso del manejo y siempre tengo que hacer de copiloto. En mis manos tengo el croquis que la asistente me había entregado el día anterior.
-Esta vaina queda lejos, hubiera preferido dar la charla en un colegio del este. Ni siquiera estamos en Caracas sino en la periferia- dice Antonio.
-En Caracas todo es periferia, desde hace tiempo perdió el centro. Ni el mismo Arquímedes lograría encontrarlo. Además, sabes que a los caraqueños les encanta vivir en un cerro, ya ni siquiera como símbolo de ostentación porque no es un asunto de clases sociales, sino un hábito impuesto por la geografía, ya no cabemos. Y esta gente al parecer no tiene el más mínimo sentido de riesgo- Intervengo para suavizar la tensión del conductor, tiende a alterarse cada vez que está detrás de un volante. Alberto se ríe, disfruta observar a los muchachos que caminan por la vía.
-Ese que va allá es un chongo- dice Alberto.
-¿Un qué?- Pregunto.
-Un chon-go, chongo. Es una especie de heterosexual capaz de tirarse a un hombre por puro morbo. Su característica principal es el color de piel, tienden a ser oscuros aunque no negros. Me encanta fotografiarlos. Me excita la idea de estar frente a un hombre que no sé si me va a robar o a coger. Ahorita mismo estoy a la espera de un permiso para poder fotografiar a los chongos del Fuerte Tiuna, imagínate el valor que esas imágenes tendrían en el futuro cuando todo este despelote de país se componga. Muchos querrán saber cómo estaba integrado el ejército.
-A mí no me interesan los militares, eso es un lugar común de las fantasías gays. Me parece muy de película porno de bajo presupuesto- Comento.
-¿No me digas que no te haz tirado a un chongo?- Entre sorprendido y burlón pregunta Antonio.
-Pues no, y la verdad es que no pienso hacerlo tampoco.
-No sabes lo que te pierdes. Esos muchachos militares están tan carentes de todo en los cuarteles que poco le importa acostarse contigo a cambio de una caja de cigarrillos. En una oportunidad andaba dando vueltas por Los Próceres y me acerqué a uno de esos soldaditos con la excusa de pedirle una dirección, muy entendido con el rebusque me pidió plata y le dije que solo cargaba en la cartera diez mil bolívares y media caja de Belmont. Lo monté en la camioneta y al rato me estaba cogiendo el honor de la república. Y eso no es nada, el muy sinvergüenza hasta me dio el número telefónico para que lo llamara cuando estuviera de permiso, vivía en un pueblo del estado Portuguesa, uno de esos sitios que jamás visitaré. Ya ni me acuerdo del nombre, era algo así como Yolfran, Yorman, Alexis, qué sé yo.
-¿Por qué esos carajos tienen que venir del llano? Hace tiempo tuve que ir a una hacienda en San Carlos porque una vieja, de esas nuevas ricas, me contrató para fotografiar el matrimonio de su hija. Aquello era un despilfarro de dinero, demasiado mal gusto acumulado en un mismo espacio, mezclaban el whisky con Pepsi y lo meneaban con el dedo índice, aquella vaina me parecía tan adeca. El caso es que decidí concentrarme en mi trabajo y durante toda la noche, hasta las tres de la madrugada, tomé las fotografías. Era increíble ver cómo la gente se degradaba de a poco, hasta quedar borrados. Ya a las cinco les veía a las mujeres el maquillaje corrido, a las primas de la novia coqueteando con los peones de la hacienda, los tipos muy machos abrazados los unos con los otros y los niños dormidos sobre las sillas plásticas. Fue entonces cuando di por concluido mi trabajo y guardé mi equipo, a esa hora no veía por ninguna parte a la tipa que me contrató, imaginé que estaba borracha o algo por el estilo, así que me fui a dormir al carro esperando que amaneciera. En el camino me tropecé con un carajo que me miró fijo, yo también lo miré, nos pasamos por el lado casi rozando los brazos, cuando volteé me hizo señas para que lo acompañara. Entramos a uno de los cuartos de la casa principal y me preguntó si yo tenía algún problema en que se metiera un pase delante de mí. Pues nada, me lo tiré y después me di cuenta que era el hijo de la dueña. Y a mí también se me olvidó el nombre- Alberto sonrió y desde el espejo retrovisor pude ver cómo se acomodaba en el espaldar del asiento, muy parecido a esos peloteros que entran al dogout después de haber bateado.
-¿Y tú, Cristóbal, tienes pareja?- Me preguntó Alberto.
-No. Vengo de una ruptura muy fuerte. Estuve durante seis años con la misma persona, prácticamente un divorcio. Y no tengo cuentos ni siquiera similares a los suyos, debo ser una especie de neófito o algo por el estilo.
-Cristóbal es muy cursi Alberto. Yo conocí a su pareja anterior y en verdad prefiero que hayan terminado, eran casi hermanos. Cualquiera diría que después de seis años con la misma persona estaríamos ante un clásico caso de incesto- Todos reímos ante aquel comentario que parecía más bien un aforismo.
-¿Y dónde vives Cristóbal?- Increpó Alberto.
-En el centro, específicamente en la avenida Urdaneta. Tengo poco tiempo de haberme mudado, después de mi separación tuve que buscar dónde vivir. Ya sabes que los alquileres están muy caros, así que empecé por una habitación y…
-¿Conoces el local de ambiente que queda en Capitolio? Un amigo me llevó una vez. Aquello está lleno de chongos de todo tipo…
-¿De tukis?- Le repliqué para ver su reacción.
-No te metas con los tukis que ese es mi target.
-Yo no he ido a ese local, es toda una revelación para mí que exista eso en pleno centro- Le digo.
-Yo tampoco he ido- Interviene Antonio.
-Un día los voy a llevar. Eso sí, tienen que ir con cincuenta mil en un bolsillo y la cédula en otro. La primera vez que fui abracé a mi amigo y se me salieron las lágrimas. Fue una revelación, supe que estaba en el lugar indicado. Siempre había querido conocer un antro de verdad, no esas mariconerías de Sabana Grande. Esa vez la sensación de estar frente a algo totalmente desconocido me excitaba, pero no hice nada malo porque mi sentido de responsabilidad lo impedía…
-¿No llevabas condones?- Reía a carcajadas Antonio.
-Sí. Sabes que tengo la moral distraída.
-Entretenida, querrás decir…
            Mientras avanzábamos en la vía no dejaba de pensar en todas las experiencias que mis acompañantes debían tener. Sentía cómo todo el peso de la inexperiencia había arropado mi vida privándome de tantas curiosidades. Ya casi quería llegar al colegio para ocuparme en otra cosa y así despistar al dúo dinámico.

*Forma parte de un ejercicio literario.

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